febrero 18, 2013


HABLAN LAS PAREDES
CARTA ABIERTA A LA COMUNIDAD UNIVERSITARIA

“Ten cuidado, las paredes tienen oídos”. “Si las paredes hablaran…”. Al poner estas dos oraciones juntas se hace visible una paradoja: la precaución del secreto y el deseo de su revelación. Por eso Freud insistía en que los hombres no temen sus faltas sino hasta cuando sospechan que son conocidas. Se juntan entonces secreto, miedo y esperanza; el primero esforzándose por existir y los demás tratando de tapar el sol con un dedo. Nihil novo sub sole: el escepticismo del sabio bíblico muestra la inutilidad de esta triple asociación. Sin embargo, nada hay más preciado para los sistemas de control que hoy se ocupan de nosotros: secretos como soportes de la seguridad, miedo como garantía del cumplimiento de la ley y esperanza de que tanto la seguridad como la ley, hagan posible la felicidad que las pantallas que nos rodean nos prometen, y nos exigen.

Con todo, quizás no hagan falta las palabras de Po en Kung Fu Panda: “no hay ingrediente secreto”, para saber que el secreto (y el miedo y la esperanza) son producidos por estrategias de poder que pretenden mantener las cosas como están. Lo que quiere decir, entonces, que las paredes no tienen oídos para revelar secretos; ellas mismas son expresiones comunicativas que dicen muchas cosas al mismo tiempo. Tantas, que el ruido que producen no permite entender a la comunidad que se apoya en ellas para decir todo lo que quiere. Tal vez, si se escucha con atención y se separan las superposiciones de mensajes inscritos en ellas, pueda la comunidad hacer el acto reflexivo de entender, por fin, qué se dice a sí misma.

Lo anterior implica, a su vez, que una pared blanca no necesariamente es muda.  También puede entenderse como espacio de posibilidad de un decir.  Todos los que nos hemos enfrentado a una hoja en blanco para comunicar algo en ella hemos experimentado la gran angustia estética de no saber cómo hacerlo. Y los mejores han sido los primeros en reconocerlo. Reconozcamos entonces, como Comunidad, que aún no sabemos qué hacer con nuestras paredes/páginas blancas.  Con este primer paso en claro, será más sencillo construir el método o el estilo que nos permita escribir/pintar lo mejor que podamos, aquello que queremos decirnos.

Sin embargo, llevar a cabo esta tarea involucra dejar de lado algunos malos hábitos e ingenuidades. Uno de ellos, por ejemplo, es olvidar sistemáticamente las palabras del Sabio Tutelar: “Quien no conoce su historia está condenado a repetirla”. Si aplicamos el principio a nuestra situación actual, es evidente que cada centímetro cuadrado de la sede Macarena A (y no sólo sus paredes: sus pasillos, sus salones, sus cafeterías, sus baños; es decir, ¡Todo!) es un escenario de batalla.  Y esto porque intereses de todos los colores y sabores se enfrentan en las paredes, gritando su verdad, cada vez más alto, a quien pasa. La dinámica de estas luchas se solidifica en la partición de los territorios: esta pared es de A, este mural es de B; lo que no significa otra cosa que el espacio común se convirtió en la vocinglería  de espacios hechos privados por la fuerza, la costumbre, la negligencia o la necesidad. Estos elementos tácticos, a su vez, aseguran su éxito en el miedo, la pereza, la desidia y la falta de oportunidades que sufre, todo al mismo tiempo, nuestra Comunidad. Miedo a ser dañados por la violencia real y simbólica de expresiones de fuerza que usan a la Universidad como escenario y público cautivo, paradójicamente, en su “autonomía”. La pereza de transformar con la acción cotidiana los espacios y las mentalidades en los que habitamos. La desidia de suponer, sin ningún reparo, lo público como lo privado de todos, al no exigir la primacía de lo común precisamente cuando alguien (persona o grupo) toma por asalto nuestro espacio aduciendo una libertad irresponsable (como si eso fuera posible, éticamente hablando), es decir, proponiendo que aceptemos la autodestrucción de los fines y bienes comunes como primer paso para la transformación social. Todo esto acompañado, por supuesto, de la falta de inteligencia (común) a la hora de construir alternativas solidarias viables para resolver las condiciones básicas y dignas para todos.

Hablan las paredes, entonces. Y lo hacen para mostrar que existe una gran distancia entre la polifonía difícil y experimental de lo común, y la gritería inconexa de mensajes hechos privados a punta de miedo, costumbre, negligencia y desidia. La coexistencia viable y productiva de las diferencias en el espacio de la Universidad sólo será posible cuando consigamos el coraje, la creatividad, el compromiso y el amor suficientes para poner primero lo común: el conocimiento, el aire, la tierra, el agua, la misión institucional. Si suena ridículo que alguien diga: “de ahora en adelante este metro cúbico de aire es mío” o “esta ecuación, esta teoría, me pertenecen”, también va en contra de todo lo que significa Universidad seguir permitiendo la privatización de los espacios que son, necesariamente, comunes.

Ahora bien, una pared grita en Macarena “No más blanco”. La temblorosa línea azul trazada sobre la superficie denota su angustia estética y recuerda el peligro de la toma a la fuerza, de la violencia como argumento pseudopolítico. La Comunidad parece no decir nada, pero expresiones francas empiezan ya a condensar la indignación que protege lo común. No es cierto que haya silencio, en el fondo se escucha el fragor de las batallas, que proponen los mismos discursos sordos (incapaces de considerar críticas) de siempre. Conseguir el coraje, la creatividad, el compromiso y el amor suficiente empieza, quizá, con una pregunta: ¿Cómo hacer que las paredes digan lo que la Comunidad precisa? Aún no sabemos la respuesta, habrá que investigar y experimentar para conseguirla. Pero, en tanto que académicos, no será a través del miedo, ni de la falta de inteligencia común. Por lo pronto, avancemos una perspectiva impensada: Negri propone que cuando Kant reescribe el Sapere Aude de Horacio (Atrévete a saber), formulado como lema de la Ilustración y por ende, de la Universidad moderna; deja un resquicio para que este pueda decir “Sabe atreverte”. Tal vez sea momento preciso para que nuestra Comunidad Universitaria empiece a saber cómo atreverse a romper con los hábitos históricos que parasitan la gran potencia transformadora que tiene. Porque nuestro poder productivo y transformador está ahí; ahora hay que ocuparse de saber cómo hacer posibles los fines comunes que nos atañen: la democratización del conocimiento y el cambio de la cultura, desde el esfuerzo por la excelencia académica. Así, entendiendo que la Universidad es necesariamente un espacio de libertad y, por lo tanto, experimental y  regulado al mismo tiempo, podríamos dejar de lado las falacias que insisten en que todo interés privado(consumo, expendio, vandalismo, propaganda, invasión del espacio público) debe ser aceptado en tanto supuesta  contracultura y resistencia, para preguntarnos seriamente acerca de los límites que deben respetarse en el espacio común,  de  sus usos, de sus posibilidades y de las responsabilidades que nos atañen, en este sentido, en tanto miembros de la Comunidad Universitaria de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.

Que sigan, pues, hablando las paredes, que no se queden calladas, que el desafío  estético y político de hacerlas decir algo no sea sólo violencia y captura de territorio. Una pared blanca no está muda; repite constantemente la misma pregunta: ¿Qué tenemos que decirnos en tanto Comunidad? Y ya quedo claro que una reflexión urgente es la de averiguar cómo habitamos los espacios comunes en tanto tales. Escribamos/pintemos al respecto.

Atentamente,
Dr. Adrián José Perea Acevedo
Docente UD.

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