HABLAN
LAS PAREDES
CARTA
ABIERTA A LA COMUNIDAD UNIVERSITARIA
“Ten cuidado, las
paredes tienen oídos”. “Si las paredes hablaran…”. Al poner estas dos oraciones
juntas se hace visible una paradoja: la precaución del secreto y el deseo de su
revelación. Por eso Freud insistía en que los hombres no temen sus faltas sino
hasta cuando sospechan que son conocidas. Se juntan entonces secreto, miedo y
esperanza; el primero esforzándose por existir y los demás tratando de tapar el
sol con un dedo. Nihil novo sub sole: el escepticismo del sabio bíblico muestra
la inutilidad de esta triple asociación. Sin embargo, nada hay más preciado para
los sistemas de control que hoy se ocupan de nosotros: secretos como soportes
de la seguridad, miedo como garantía del cumplimiento de la ley y esperanza de que
tanto la seguridad como la ley, hagan posible la felicidad que las pantallas
que nos rodean nos prometen, y nos exigen.
Con todo, quizás no hagan
falta las palabras de Po en Kung Fu Panda: “no hay ingrediente secreto”, para
saber que el secreto (y el miedo y la esperanza) son producidos por estrategias
de poder que pretenden mantener las cosas como están. Lo que quiere decir,
entonces, que las paredes no tienen oídos para revelar secretos; ellas mismas
son expresiones comunicativas que dicen muchas cosas al mismo tiempo. Tantas,
que el ruido que producen no permite entender a la comunidad que se apoya en
ellas para decir todo lo que quiere. Tal vez, si se escucha con atención y se
separan las superposiciones de mensajes inscritos en ellas, pueda la comunidad hacer
el acto reflexivo de entender, por fin, qué se dice a sí misma.
Lo anterior implica, a
su vez, que una pared blanca no necesariamente es muda. También puede entenderse como espacio de
posibilidad de un decir. Todos los que
nos hemos enfrentado a una hoja en blanco para comunicar algo en ella hemos
experimentado la gran angustia estética de no saber cómo hacerlo. Y los mejores
han sido los primeros en reconocerlo. Reconozcamos entonces, como Comunidad,
que aún no sabemos qué hacer con nuestras paredes/páginas blancas. Con este primer paso en claro, será más
sencillo construir el método o el estilo que nos permita escribir/pintar lo
mejor que podamos, aquello que queremos decirnos.
Sin embargo, llevar a
cabo esta tarea involucra dejar de lado algunos malos hábitos e ingenuidades.
Uno de ellos, por ejemplo, es olvidar sistemáticamente las palabras del Sabio Tutelar:
“Quien no conoce su historia está condenado a repetirla”. Si aplicamos el
principio a nuestra situación actual, es evidente que cada centímetro cuadrado
de la sede Macarena A (y no sólo sus paredes: sus pasillos, sus salones, sus
cafeterías, sus baños; es decir, ¡Todo!) es un escenario de batalla. Y esto porque intereses de todos los colores
y sabores se enfrentan en las paredes, gritando su verdad, cada vez más alto, a
quien pasa. La dinámica de estas luchas se solidifica en la partición de los
territorios: esta pared es de A, este mural es de B; lo que no significa otra
cosa que el espacio común se convirtió en la vocinglería de espacios hechos privados por la fuerza, la
costumbre, la negligencia o la necesidad. Estos elementos tácticos, a su vez,
aseguran su éxito en el miedo, la pereza, la desidia y la falta de
oportunidades que sufre, todo al mismo tiempo, nuestra Comunidad. Miedo a ser dañados
por la violencia real y simbólica de expresiones de fuerza que usan a la
Universidad como escenario y público cautivo, paradójicamente, en su
“autonomía”. La pereza de transformar con la acción cotidiana los espacios y
las mentalidades en los que habitamos. La desidia de suponer, sin ningún
reparo, lo público como lo privado de todos, al no exigir la primacía de lo
común precisamente cuando alguien (persona o grupo) toma por asalto nuestro
espacio aduciendo una libertad irresponsable (como si eso fuera posible,
éticamente hablando), es decir, proponiendo que aceptemos la autodestrucción de
los fines y bienes comunes como primer paso para la transformación social. Todo
esto acompañado, por supuesto, de la falta de inteligencia (común) a la hora de
construir alternativas solidarias viables para resolver las condiciones básicas
y dignas para todos.
Hablan las paredes,
entonces. Y lo hacen para mostrar que existe una gran distancia entre la polifonía
difícil y experimental de lo común, y la gritería inconexa de mensajes hechos
privados a punta de miedo, costumbre, negligencia y desidia. La coexistencia
viable y productiva de las diferencias en el espacio de la Universidad sólo
será posible cuando consigamos el coraje, la creatividad, el compromiso y el
amor suficientes para poner primero lo común: el conocimiento, el aire, la
tierra, el agua, la misión institucional. Si suena ridículo que alguien diga:
“de ahora en adelante este metro cúbico de aire es mío” o “esta ecuación, esta
teoría, me pertenecen”, también va en contra de todo lo que significa
Universidad seguir permitiendo la privatización de los espacios que son, necesariamente,
comunes.
Ahora bien, una pared
grita en Macarena “No más blanco”. La temblorosa línea azul trazada sobre la
superficie denota su angustia estética y recuerda el peligro de la toma a la
fuerza, de la violencia como argumento pseudopolítico. La Comunidad parece no
decir nada, pero expresiones francas empiezan ya a condensar la indignación que
protege lo común. No es cierto que haya silencio, en el fondo se escucha el
fragor de las batallas, que proponen los mismos discursos sordos (incapaces de
considerar críticas) de siempre. Conseguir el coraje, la creatividad, el
compromiso y el amor suficiente empieza, quizá, con una pregunta: ¿Cómo hacer que
las paredes digan lo que la Comunidad precisa? Aún no sabemos la respuesta,
habrá que investigar y experimentar para conseguirla. Pero, en tanto que académicos,
no será a través del miedo, ni de la falta de inteligencia común. Por lo pronto,
avancemos una perspectiva impensada: Negri propone que cuando Kant reescribe el
Sapere Aude de Horacio (Atrévete a saber), formulado como lema de la
Ilustración y por ende, de la Universidad moderna; deja un resquicio para que
este pueda decir “Sabe atreverte”. Tal vez sea momento preciso para que nuestra
Comunidad Universitaria empiece a saber cómo atreverse a romper con los hábitos
históricos que parasitan la gran potencia transformadora que tiene. Porque
nuestro poder productivo y transformador está ahí; ahora hay que ocuparse de
saber cómo hacer posibles los fines comunes que nos atañen: la democratización
del conocimiento y el cambio de la cultura, desde el esfuerzo por la excelencia
académica. Así, entendiendo que la Universidad es necesariamente un espacio de
libertad y, por lo tanto, experimental y
regulado al mismo tiempo, podríamos dejar de lado las falacias que insisten
en que todo interés privado(consumo, expendio, vandalismo, propaganda, invasión
del espacio público) debe ser aceptado en tanto supuesta contracultura y resistencia, para
preguntarnos seriamente acerca de los límites que deben respetarse en el
espacio común, de sus usos, de sus posibilidades y de las responsabilidades
que nos atañen, en este sentido, en tanto miembros de la Comunidad Universitaria
de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
Que sigan, pues,
hablando las paredes, que no se queden calladas, que el desafío estético y político de hacerlas decir algo no
sea sólo violencia y captura de territorio. Una pared blanca no está muda;
repite constantemente la misma pregunta: ¿Qué tenemos que decirnos en tanto Comunidad?
Y ya quedo claro que una reflexión urgente es la de averiguar cómo habitamos
los espacios comunes en tanto tales. Escribamos/pintemos al respecto.
Atentamente,
Dr. Adrián José Perea
Acevedo
Docente UD.
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